La forma del agua (Guillermo del Toro, 2017)

13 NOMINACIONES A LOS OSCAR


La aclamada película de Guillermo del Toro tiñe los Oscar de una belleza totalmente distinta

Blanca Sendra Planelles

Imagen promocional de La forma del agua. Fox Searchlight Pictures


21/02/2018 – VALÈNCIA. Producto de la extraordinaria imaginación de Guillermo del Toro, el director mexicano presenta su última película La forma del agua (The Shape of Water). Desde su estreno en Nueva York el 1 de diciembre del pasado año, la película sigue recibiendo una gran acogida por parte del público y de la crítica, tanto es así que en poco menos de un mes se resolverán las 13 nominaciones a los Oscar con los que irrumpe en la entrega número 90 de los premios, posicionándose como la película con más nominaciones del certamen de este 2018.

Había una vez, en un país muy, muy lejano, una “princesa sin voz” y un hombre anfibio que se enamoraron perdidamente el uno del otro. Así comienza la historia de estos dos personajes, que protagonizan uno de los cuentos más bonitos y sensibles de los últimos tiempos. El largometraje presenta un peculiar cuento de hadas, tan recurrente en la filmografía del director, situada en los turbulentos años 60 en Estados Unidos, con la Guerra Fría cargada a las espaldas de cada uno de sus personajes. Eliza, una muda limpiadora, interpretada por Sally Hawkins, se enamora de una misteriosa criatura acuática recluida para ser estudiada por el gobierno estadounidense en su lucha constante contra los soviéticos. El trasfondo social que rezuma la película es otro de los recurrentes del director, como vemos en la atrocidad de la dictadura fascista en El laberinto del fauno (2006) o en los últimos resquicios de la guerra civil española en El espinazo del diablo (2001). La película logra la combinación de la ambientación y el retrato de una América idealizada pero con ciertas reminiscencias a la actualidad. Sin ir más lejos, la respuesta al rechazo del trabajo del personaje de Giles (Richard Jenkins) por haber retratado el anuncio publicitario en color rojo es un tajante “el verde es el color del futuro”, no hace más que evocar las palabras de Trump y su “hacer América grande de nuevo”. Además, del Toro se atreve a desafiar a una parte de la sociedad que todavía convive con los valores de hace más de 50 años: racismo, homofobia y una constante humillación a lo diferente.


Escena del beso de amor en La forma del agua. Fox Searchlight Pictures

Guillermo del Toro ha explicado en numerosas ocasiones su principal influencia para su película, La mujer y el monstruo (Creature from the Black Lagoon, Jack Arnold, 1954), una historia a caballo entre el romance y la fantasía. “Me enamoré del amor que sentía la criatura por ella, había una fascinación que me conmovió muchísimo, de niño pensé que ojalá acabasen juntos” explicaba el director, pero tardó más de 40 años en enmendar ese “error” cinematográfico. El enigmático ser representa para del Toro lo que él denomina “el otro”. Vivimos en un mundo dividido en el que de manera incesante se nos hace temer a lo diferente, a lo extraño, a lo que no es como “nosotros”. El director trata de hacer entender a través de su fábula la belleza del “otro”. Al contrario de los cuentos de hadas a los que estamos acostumbrados, este monstruo no tiene que ser transformado para ser aceptado y amado. La película es eso mismo, una vocación hacia la aceptación, hacia el amor al otro.
La creación del monstruo

Detalle del monstruo en La forma del agua. Fox Searchlight Pictures

El monstruo, que no deja indiferente a ningún espectador, es el fruto de un trabajo de tres años de duración, de más de 20 variaciones de pintura tanto de la cara, como del cuerpo para recrear una criatura que realmente no existe. Doug Jones, actor conocido por dar vida a múltiples criaturas como el fauno de El laberinto del fauno o el hombre-pez de Hellboy (2004), es quien lo encarna. La creación del anfibio, obra del diseñador Mike Hill, supuso una fuerte carga de trabajo y mucha presión por parte del departamento de diseño de producción. El propio diseñador de producción, Paul Austerberry, ha comentado que incluso en ocasiones el trabajo resultaba realmente intimidante.


Quien sea espectador asiduo de las obras del director, sabrá la importancia que él mismo le otorga al nivel de detalle y originalidad que exige construir dentro del encuadre. El laberinto del fauno ya fue galardonada en su día con varios premios Oscar, entre ellos mejor dirección artística, así pues no sería de extrañar que este año La forma del agua siga sus mismos pasos. Cuando la criatura aparece en pantalla, resulta prácticamente inevitable no acordarse de personajes como Eduardo Manostijeras (Edward Scissorhands, Tim Burton, 1990) o E.T., el extraterrestre (E.T., The Extra-Terrestrial, Steven Spielberg, 1985), personajes que logran traspasar la pantalla y evocan en el espectador una mezcla de ternura y fragilidad.
"El verde es el color del futuro"

Efectos digitales Mr. X. Fox Searchlight Pictures

El excepcional tándem formado por Guillermo del Toro, Paul Austerberry, Nigel Churcher, director de arte y Dan Lausten, director de fotografía, ha sabido dotar a la película de un aspecto visual único, atrapando al espectador desde la primera escena. Esa primera escena. Un plano secuencia que automáticamente te sumerge bajo el agua gracias al uso de la técnica de seco por mojado: el set se llena de humo y ciertos objetos, así como los personajes, se cuelgan de manera que parezcan que están flotando. Luego se añade un poco de pantomima por parte de los actores y la maestría de los efectos digitales del estudio Mr. X, creando una escena acuática sin la más mínima gota de agua. El uso del color supone quizá el elemento más importante e unificador de la película. Hasta el más mínimo detalle puede pasar desapercibido para el ojo menos entrenado del público, pero si se agudiza la vista en la pared de la habitación de Eliza se logrará entrever una versión modificada de la obra La gran ola (The great wave, 1830-1833) del pintor especialista en ukiyo-e, Katsushika Hokusai. Los elementos acuáticos, así como los tonos verdeazulados persistentes a lo largo de toda la película, ayudan a recrear una sensación de estar sumergidos en el agua.

Escena de la habitación de Eliza. Fox Searchlight Pictures

El enorme trabajo que hay detrás del departamento de arte y el diseño de producción es palpable en cada una de las escenas que preceden en la película. Tal es así, que las reuniones para lograr el diseño concreto que va hilando cada una de ellas, comenzó dos años antes del rodaje. Supuso una búsqueda inmensa para conseguir esa atmósfera donde se entremezclan el arte de escoger una buena paleta de colores, un attrezzo único y una maravillosa banda sonora. El interior del laboratorio donde esconden a la criatura está recargado de hormigón y tuberías de acero, propias de la tecnología de 1962. Empapándolo de tonos verdosos, consigue adquirir un ambiente opresor y humeante deseado por todo el equipo artístico. Además, ese mismo tono verdeazulado se va distribuyendo a lo largo de todos los pasadizos y rincones de la película, cobrando un protagonismo digno de un personaje principal: las incomibles tartas de lima, los caramelos del malvado Strickland, interpretado por un terrorífico Michael Shannon, y su nuevo Cadillac, “el coche del futuro”, por supuesto. La huella de Guillermo del Toro en sus films es inconfundible: su amor y pasión por el mundo cinematográfico. Sin duda, el mexicano ha logrado construir una historia sobrecogedora: La forma del agua es una profunda inmersión del espectador en un estado de ensoñación durante dos horas.

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